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sábado, 24 de abril de 2010

Maria de los Remedios del Valle - Negra y pobre combatió como un soldado durante la Guerra por la Independencia.

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Manuel Belgrano le otorgó el grado de “Capitana del Ejército” sin embargo,
y como tantas otras, murió en la más terrible miseria mendigando
comida en la Buenos Aires del siglo XIX.

Las primeras noticias que se tienen sobre la carrera de guerra de María de los Remedios se remontan a su participación en el Cuerpo de Andaluces que defendió la ciudad durante las Invasiones Británicas, “durante la campaña de Barracas asistió y guardó las mochilas para aligerar su marcha a los Corrales de Miserere”, escribió el comandante de ese cuerpo de combate.
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El 6 de julio de 1810 se incorporó al Ejército Auxiliar para las Provincias del Norte, en compañía de su esposo y sus dos hijos, sólo ella volvió viva de las campañas militares Se había embarcado en la Campaña al Alto Perú, a cargo del General Belgrano, fue parte del ejército compuesto de mil quinientos hombres, cuyas dos terceras partes formaban la caballería, sólo seiscientos poseían armas de fuego y contaban con apenas diez piezas de artillería.
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Durante la víspera de la Batalla de Tucumán, María de los Remedios se presentó ante Belgrano para solicitarle le permitiera atender a los heridos de las primeras líneas de combate, Belgrano le negó el permiso porque no estaba de acuerdo y era muy estricto con la incorporación de mujeres a sus filas. Pero María era muy empecinada y se filtró en la retaguardia hasta llegar hasta donde ella quería y allí asistió y alentó a los soldados, ellos viendo el rol histórico que cumplía comenzó a llamarla “Madre de la Patria”, Belgrano tuvo que rendirse ante la evidencia de su valor y es aquí que la nombra Capitana de su ejército. Los negros argentinos fueron una parte sustancial y imprescindible en la lucha por la Independencia, cabe recordar que en 1810 el censo arrojó la cifra de nueve mil cuatrocientos quince personas de origen afro que convivían con veintidós mil setecientos noventa y tres blancos, más del veinte por ciento eran negros y llegaron a cubrir casi el sesenta y cinco por ciento de los puestos de batallas en las tropas comandadas por Belgrano y San Martín.
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En el triunfo de Ayohuma los españoles apresaron a quinientos soldados, entre ellos se encontraba “La Capitana” herida de bala, los realistas se encarnizaron con ella, fue sometida a diez días de azotes públicos, una medida ejemplificadora para el resto, era para que su ejemplo no cundiera porque a las mujeres les estaba prohibido el arte de la guerra. Pudo escapar y regresó a las escuadras de Belgrano, estuvo con él hasta su penosa muerte, cosa que la deprimió enormemente.
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En las inmediaciones de la Plaza de la Recova, en las escaleras de las Iglesias de Santo Domingo, San Ignacio o San Francisco, un personaje desaliñado, vestida con harapos, vendía empanadas y mendigaba monedas a los transeúntes, era una mujer negra y vieja que tenía su cuerpo lleno de cicatrices y vivía en un mísero rancho hasta donde llegaba la pampa, se hacía llamar “La Capitana”, los vecinos la consideraban loca cuando mostraba las marcas de su cuerpo y decía “de cuando de verdad se peleaba por la Patria”.
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Un día de frío intenso de agosto de 1827, el General Juan José Viamonte, paseaba por la Recova con unos amigos cuando “La Capitana” expendió su mano pidiendo una moneda, Viamonte se detuvo sorprendido, esa cara le resultaba familiar, cuando le dijo su nombre éste hizo silencio y luego exclamó ”¡pero si es la Madre de la Patria, es la Capitana, la que nos acompañó al Alto Perú, es una heroína!”, sus acompañantes quedaron muy sorprendidos y conmovidos. Viamonte, diputado en la Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires, decidió ampararla y el 11 de octubre de 1827 presentó un proyecto para que se le otorgara una pensión.
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Por fin en la sesión del 18 de julio de 1828 se debatió el tema, el diputado Gamboa solicitó documentos que acreditaran el merecimiento de una pensión, Viamonte dijo “esta mujer es realmente una benemérita, ella ha seguido al Ejército de la Patria desde el año 1810, es conocida desde el primer general hasta el último oficial, presenta su cuerpo lleno de heridas de balas y cicatrices de azotes recibidos de los españoles, no se la puede dejar pedir limosna, creo que no es necesario más documentos”. El diputado Aguirre objetó diciendo “que había servido a la Nación y no a la provincia” y el diputado Alcorta señaló “que hacía falta documentación para no estar en desventaja con otros soldados que recibía una pensión”. Tomó la palabra Tomás de Anchorena y dijo “efectivamente esta es una mujer singular, yo me hallaba de secretario del General Belgrano cuando esta mujer estaba en el Ejército, no había acción en que ella no pudiera tomar parte, que no la tomase y en unos términos en los que podía competir con el soldado más valiente, admiraba al General y fue a la única mujer que le permitió seguirlo, ella debe ser objeto de la admiración de cada ciudadano”. Luego de un arduo debate se decidió otorgarle una pensión. El diputado Lagos votó para crear una comisión que “componga una biografía de esta mujer y se mande a imprimir y publicar en los periódicos, que se haga un monumento y que la comisión presente el diseño y el presupuesto, la sesión se cerró con un gran aplauso.
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Después de esto fue incorporada a la plana del Ejército del Gobernador Juan Manuel de Rosas y la mujer decidió cambiar su nombre a Remedios Rosas. El Estado y la burocracia vencieron a María de los Remedios del Valle, murió en la miseria, sin dejar de mendigar monedas y alimentos en las calles de Buenos Aires y sin pensión ni monumento ni texto que cuente su vida, siendo rescatada del olvido por una investigación hecha por Jorge Repiso.
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Recopilación: Liliana Di Paolo.
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Comentario de EL RECOPILADOR:

Los honorables legisladores no se terminaban de poner de acuerdo en otorgarle una pensión, pero sí, alguien pensó en levantarle un monumento que le perpetuase. La mujer no necesitaba honores de bronce, necesitaba comer sin mendigar…!

Vieja hipocresía que aún hoy así funciona. Cuando un funcionario se pone de pie y dice “A esa persona hay que hacerle un homenaje…!” pocas veces lo dice de modo sincero. En realidad, el que propone homenajear, es alguien que busca el rédito del homenaje, porque luego andará por el mundo diciendo “¡A ese, el homenaje se lo hice yo!”, lo cual será tristemente cierto, porque la ordenanza, el decreto o la ley que así lo disponga habrá de llevar SU FIRMA, SU NOMBRE, como promotor y ejecutor del homenaje. O sea, un inútil oportunista que utiliza a una persona de bien, para terminar haciéndose un homenaje a sí mismo (lo que vulgarmente hoy conocemos como AUTOBOMBO)

A la Negra Capitana más tarde le llegó la muerte y el olvido, sin pensión y sin monumento. Pero en algún rincón de archivo, sí quedó testimonio de un señor Lagos, que le quiso hacer un “merecido” homenaje… pero seguramente nada dirá si alguna vez siquiera, le pagó un tazón de mate cocido. ¡Oh, hipocresía, oh! ¡Cuánta miseria humana!
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